El Castillo de Naipes

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¿Qué palabra utilizar para el momento que estamos viviendo? De hecho, es difícil encontrar una sola palabra porque no todos estamos viviendo lo mismo. Y esa es una clave para entender la grave crisis que transitamos.

Los diagnósticos son todos adversos. Los con gráficos y Excel, y los que vemos por la ventana. Le buscamos el lado bueno con esperanza, pero la verdad, estamos viviendo una pesadilla que sólo tiene referencia en los libros de historia.

Las largas epidemias y desastres de siglos pasados se vienen a la memoria por las lecturas de enciclopedias cuando no teníamos internet y la curiosidad nos despertaba temprano en la mañana.

Este coronavirus es un desastre, sin duda, y nos está llevando a situaciones extremas que nos generan angustia, asombro, miedo profundo, y un sinfín de palabras que utilizamos para expresar nuestra pequeña e incierta existencia amenazada por lo invisible.

Como un acto de magia, de la más temible, estamos existiendo en una dimensión desconocida. Un mundo patas para arriba y con el fatalismo rondando nuestras fantasías. Es la pandemia infectando el espíritu, el alma o como se llame esa conciencia que nos hace vivos.

Pero como especie nos distingue ese ánimo de supervivencia y en esta pasada nos hemos propuesto combatirla. Lamentablemente con la metáfora equivocada y eso es parte del problema.

Esta NO es una guerra, ni tampoco la epopeya de héroes que salvan vidas con poderes suprahumanos. Más bien esta es una presión decisiva hacia una transformación de nuestro estilo de vida. Una manera que ya estaba en crisis antes del coronavirus, no solo en Chile, también en el planeta,  y que requiere una urgente acción colectiva .

Esta pandemia se suma a nuestra crisis de inequidad, la crisis climática y la crisis de la democracia. Hay otras más pero ya con eso es suficiente para ilustrar el problema que tenemos como civilización. Y no es novedad. Desde décadas sabemos que hemos cultivado un desastre y hemos querido ver sólo lo positivo de los últimos 60 años de aceleración de desarrollo en el mundo. Pero lo cierto es que hemos provocado un desastre muy lamentable y que requiere una decidida acción de nuestra generación y de unas cuántas más que vendrán.

Esta acción es colectiva, querámoslo o no. Porque tampoco tenemos líderes para este problema. Por lo tanto, es la acción colectiva la que hará una diferencia. Para bien o para mal. Para nuestro caso, un colectivo muy polarizado, con diferencias tan irreconciliables como añejas, pero que nos separan de la inteligencia común.

Un pesimista diría con seguridad que estamos listos para la extinción. Pero no es tan así. Hay esperanza en la historias de personas atendiendo enfermos en los hospitales y consultorios que reflejan humanidad. En los presos de Colina 2 que decidieron donar sus frazadas y alimentos para los campamentos cercanos. O de los vecinos que comparten el almuerzo en Santa Juana. O de los empleados de un restorán que apoyan al dueño para reinventarse con un delivery. O de los profesores de un liceo que se organizan para apoyar a los alumnos que están pasando hambre y violencia intrafamiliar. O de las empresas que con menos ruido están ayudando a comunidades desde antes de los paquetes estatales.

También hay esperanza en que mientras hemos estado en cuarentena -o lockdown en su versión en inglés que denota más encierro forzado-, la naturaleza no lo estuvo. Y en el hemisferio norte ya se documenta esta nueva primavera que está generando alegría a millones de personas que han podido admirarla, con una vitalidad que deslumbra. En muchas ciudades y pueblos la vida natural se salió del libreto y es protagonista. Como debió ser siempre. Pero nuestras ocupaciones la anularon, la espantaron o la destruyeron. Y en el camino, a muchos semejantes también.

Qué duda cabe. Como una fábula, esta pandemia nos está dejando moralejas y duras lecciones para el futuro.

Pero aún no tenemos tiempo. Aun no llegamos ahí, a la comprensión de un nuevo futuro. El que teníamos se “cayó como un castillo de naipes”. Por mientras, esta crisis se vive al día…..un día más largo para algunos y más  penoso.

Lo cierto, es que esto ya nos llegó al corazón.

Sala de Clases

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El debate sobre la reforma educacional se ha encrispado y cuesta reconocer qué es lo que objetivamente divide posiciones. Es aún más difícil identificar una idea común entre los que la apoyan, pues pareciera que pocos entienden qué se ha propuesto el gobierno con iniciar la reforma eliminando el lucro, la selección y el copago.

Es lamentable que el debate se desacople del problema y esté generando incertidumbres que se sienten reales en parte de la ciudadanía, aunque en el fondo no parecieran tener asidero. En fin, las opiniones están más apasionadas y los calculistas de capital político ya advierten que el gobierno está pagando un alto precio por su forma de abordar una reforma que tuvo más respaldo en la campaña presidencial que lo que hoy puede concitar.

La principal crítica es que no hay una letra respecto de cómo mejorar la calidad de la educación en el país. No se advierte una reingeniería que toque la sala de clases, el proceso de aprendizaje, el curriculum, la formación de docentes, entre un largo etcétera de aspectos educativos puros. De esta crítica se deduce que el problema de la calidad en educación es lo que debiera abordar la reforma en su centro.

¿Es correcto esto? ¿Es una baja calidad de educación lo que tiene en una encrucijada al país? ¿Es el proceso de aprendizaje lo que le resta oportunidades a miles de jóvenes en nuestro país? Sí. Es una tarea urgente. Pero lo importante es otra cosa.

Nuestro sistema educacional es clasista. Y nosotros somos clasistas. Nos hemos acostumbrado a ello. No sólo los más ricos respecto de los más pobres. También entre los ricos, entre los de al medio y entre los más pobres hacemos discriminaciones que, de tan arraigadas, nos parecen invisibles. Pero ahí están. Nuestro clasismo nos persigue en cada idea de reforma porque tememos vivir en un país en que todos nos mezclemos, dejando la seguridad de convivir en rebaños homogéneos.

¿Por qué no queremos que nuestros hijos se mezclen con otros de distinta condición socioeconómica? ¿A qué le tenemos miedo? Por generaciones hemos vivido un apartheid social que ha favorecido la movilidad de segmentos muy acotados. Tenemos una asociación entre cuna y futuro demasiada estrecha que no ha dado espacio al mérito como variable de movilidad social. En nuestro país pesan más las relaciones sociales que las capacidades y eso no tiene que ver con calidad de educación, pero sí con nuestro sistema educacional. Es allí donde se genera esta rígida clasificación social, no por los contenidos o procesos de aprendizaje, sino por las relaciones sociales y el patrimonio.

De más está decir que esta reforma no será el remedio definitivo para aplacar nuestro enraizado clasismo. Pero desafía al problema en su estructura y abre una oportunidad para un cambio social en que los privilegios que se hereden –materiales o relacionales- no sean más relevantes que el mérito personal para definir un mejor futuro. De eso se trata todo este enredo.

Diario El Sur de Concepción, 6 de noviembre de 2014

Nuevos puentes

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El Puente Bicentenario, con su acceso norte que no llega a ningún lado y el Puente Viejo, que después del terremoto ha quedado como un vestigio del desastre podrían ser la mejor metáfora para nuestra crisis de confianza.

Dentro del menú de problemas para nuestro desarrollo, esta crisis de confianza, que en algún momento fue un factor lateral, hoy es estructural, y define la escasa viabilidad para innovaciones. En buena hora, el Ministerio de Energía se ha propuesto dar un paso más allá a través de un proceso participativo para impulsar la asociatividad en el sector de generación, la que operaría especialmente sobre nuestro déficit de confianza crónico.

Es interesante que la asociatividad, concepto propuesto antes por los teóricos de la innovación y emprendimiento, tenga un nuevo valor en la cancha del desarrollo energético. Esta  asociatividad que busca el ministerio es entre el Estado, la comunidad y las empresas generadoras, exactamente donde es más difícil lograrla, pero también donde es más urgente.

Generar confianza entre las partes y un marco institucional para construir en conjunto el desarrollo social, económico y ambiental local es el objetivo. Como principios orientadores se propone la participación y transparencia, entre otros, que por su ausencia explican la creciente conflictividad entre proyectos de energía y comunidades.

La iniciativa es muy valorable, pues se ha nutrido del conocimiento local a través de talleres como el realizado recientemente en Concepción. Allí confluyeron académicos, profesionales sectoriales, representantes de organizaciones sociales, de ONG´s, consultores, sindicatos y gremios que en mesas de trabajo discutieron sobre cómo debieran relacionarse las empresas y la comunidad, cómo generar beneficios compartidos y cómo llegar a estándares participativos para el desarrollo de los proyectos de inversión.

En mi mesa, compartí con dirigentes de sindicatos pesqueros, miembros de ONG´s y  un ejecutivo de una empresa generadora. El nivel de consenso que tuvimos respecto de la necesidad de asociatividad contrasta con la dificultad que existe para el diálogo positivo allí donde ya el  conflicto se ha declarado. También tuvimos un claro acuerdo respecto de que la desconfianza  está limitando las enormes capacidades de innovación que existen en esta virtuosa asociatividad y en su grado máximo, esa desconfianza ha sido suelo fértil para la corrupción a través del dinero.

Existe una manera de convivir entre industria y comunidad que es virtuosa y para nuestra región significaría una clara ventaja para el desarrollo local. Tomar la iniciativa en esto es clave para nuestro futuro y no hacerlo es dejarle espacio a quienes han visto en estos conflictos un negocio redondo. Estos son los puentes cortados que también nos debieran avergonzar.

Diario El Sur de Concepción, 11 de septiembre de 2014.-

La Región no existe

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La Región del Biobío está en problemas. Esa es la opinión predominante en nuestra comunidad empresarial, política y entre líderes de opinión diversos. La lista de problemas incluye lo que se ha denominado “desindustrialización”, que significa una tendencia al cierre de plantas productivas. También se alude a un déficit de infraestructura, desde un puente mal hecho, rutas atochadas de autos, un tren de pasajeros que compite con el de carga, un estadio que no puede terminar, rutas en construcción con diseños odiados por vecinos, entre otras singularidades. La lista se amplía con lo que se ha llamado “fuga de talentos”, que significa la emigración de profesionales a otras zonas del país, de preferencia Santiago.

Desde cada ámbito de nuestra comunidad se podría hacer una lista de los problemas de la Región del Biobío. Y vemos grupos y personas muy preocupadas por ello y con una bandera común: el centralismo nos tiene así, la descentralización es el camino de solución.

Ser regionalista por estos días y especialmente en Concepción es una fe. Y como toda creencia, tiene conflictos con la realidad pero también la construye. Así, el credo regionalista le confiere al territorio llamado Región del Biobío un valor fundamental: La región del Biobío existe.

Y el problema de la Región del Biobío es que precisamente no existe. No es real. Es una ilusión. Una abstracción de territorio delimitado por un criterio que nunca se ha entendido y con el objetivo de que el centro administre mejor un grupo de provincias. Quizá un avance para los años 70, pero un problema para hoy y nuestro futuro.

Vivir en una región que no existe es el problema, porque nos aleja de lo que tenemos que hacer para desarrollarnos. Concepción hoy es una ciudad desde Colcura a Dichato que concentra casi 1,5 millones de personas. Cómo gestionar el futuro de esta pequeña metrópolis es lo que nos debiera tener ocupados, pero lamentablemente seguimos tratando de entender cómo cuadrar el círculo de un desarrollo regional que aún no entendemos cómo funciona. En esta fe porque la región exista llevamos demasiados años perdidos, con una brecha de crecimiento respecto del promedio nacional que ya debiera considerarse una situación crítica.

Mientras el mundo se desarrolla desde las urbes nosotros estamos ciegos a vernos como una ciudad y abrazamos un regionalismo con una determinación asombrosa.  Al reconocernos habitantes de una metrópolis emergente veríamos que nuestro propio centralismo es una oportunidad, pues desde lo económico a lo cultural, los beneficios de habitar en una urbe son notables. De nosotros depende que diseñemos el futuro del Gran Concepción como una ciudad moderna y próspera. El primer paso es reconocerla, entenderla y asumir, como lo hizo el “separatismo chillanejo”,  que esta región nunca existió.

Diario El Sur de Concepción, 14 de agosto de 2014.-

Energía para el Desarrollo

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Una dirigente social de Rucalhue, – sector en que se emplaza la recién inaugurada central hidroeléctrica Angostura- , explicó a los numerosos periodistas que acudieron a cubrir la visita presidencial a esa nueva generadora, que es absurdo que en la zona de Alto Biobío las personas tengan que pagar un mayor precio por la energía eléctrica en comparación con los habitantes de ciudades, considerando que ellos son los vecinos a las represas.

La crítica no fue destemplada ni amenazante. No representaba una causa en particular. Desde su rol como representante de la comunidad expresó una verdad tan grande como esas centrales que permiten el pujante desarrollo en el valle y que han cambiado el entorno de los lugareños y, en parte su cultura, recibiendo, a cambio, las contradicciones de unas reglas del juego que a estas alturas son absurdas. La polémica por las irrisorias patentes municipales que pagan grandes complejos industriales es parte de esas reglas del juego que son disfuncionales para el desarrollo local.

Cuando superamos las inquietudes ambientales de los proyectos de energía o de cualquier instalación industrial hoy se nos abre una zona aún difusa para nuestra sociedad. Se trata de la contribución que debieran realizar esas inversiones en los territorios en que se emplazan. Las  reglas de hoy limitan la contribución – voluntaria o por presión de la comunidad-  a una negociación  “a oscuras” de compensaciones por impactos ambientales que muchas veces no tienen un genuino origen ambiental. Esa pareciera ser la única vía institucional para acordar una contribución que las comunidades asumen como justa.

En este espacio, los resultados de esas negociaciones tampoco son funcionales al desarrollo local como desearíamos. Vemos canchas de futbol, sedes vecinales, parques y plazas, nuevas escuelas, etc, todas inversiones sociales desarticuladas de un plan de desarrollo local pero que son muy efectivas para disminuir la oposición a una inversión industrial.

La nueva contribución que la sociedad está demandando de la actividad industrial va más allá de donaciones. Se trata de incidir efectivamente en el desarrollo local y eso es harina de otro costal. Requiere recursos, sin duda, pero también ideas, participación, co diseño de proyectos, un diálogo eficaz por el desarrollo de la comunidad y por sobre todo, nuevas reglas que promuevan el desarrollo local a través de inversión privada. Así, los habitantes de Alto Biobio, Coronel y Cabrero podrían contar con energía barata, por ejemplo, y recibir nuevas inversiones que generen el empleo que una termoeléctrica o una represa no puede ofrecer. O en base una nueva alianza entre la comunidad, empresa y el estado impulsar proyectos de alto impacto en infraestructura productiva, nuevas capacidades para sus habitantes, reconversiones laborales reales, en fin, iniciativas que signifiquen cambiar una historia de pobreza y decepción.

Esto no es sólo responsabilidad social empresarial y tampoco un desafío sólo para las industrias. Esta es una nueva visión de desarrollo que como país necesitamos de forma urgente. 

Diario El Sur de Concepción, 17 de julio de 2014

Votos Devengados

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La reforma tributaria impulsada por el gobierno está generando un debate respecto de los beneficios y problemas que traería para el país. El principal beneficio que persigue es generar recursos permanentes para financiar educación gratuita y mejorar la equidad en la distribución de ingresos. Sin embargo, sectores que se oponen a la propuesta del gobierno han dicho que afectará en mayor medida a las pymes, pues su capacidad de endeudamiento es muy limitada y en definitiva, la eliminación del FUT como incentivo a la reinversión significará que estas empresas tendrán muy poco capital de trabajo para desarrollar sus negocios. Es llevarían al país a un menor crecimiento y a un gris panorama en materia de empleos. Hernán Buchi fue más gráfico: “todos seremos más pobres y más desiguales”, obviando el efecto de la gratuidad en el bolsillo de las familias y su efecto en la economía.

La desigualdad que tenemos hoy podríamos graficarla en que “muy pocos son ricos, otro poco vive bien y la mayoría vive ajustada o pobre”. Y el problema en nuestra educación es que “muy pocos tienen buena educación pero cara; muchos tienen educación de poca calidad y menos cara; y la mayoría recibe mala educación gratuita”.

Una forma inteligente de abordar estos problemas ha sido encausarlos institucionalmente y plasmarlos en propuestas que el nuevo gobierno tomó desde la campaña parlamentaria y presidencial pasada. Cabe recordar que la encrispación social de 2011 y 2012 puso en la agenda estos temas y otros que estuvieron tímidamente abordados desde el mundo político o sencillamente ignorados por esa elite.

En ese proceso – que va desde el malestar callejero a la discusión en el parlamento- la ciudadanía optó por la coalición política que mejor representaba su expectativa de cambio y hoy está en juego la sintonía de las propuestas de reformas con esas aspiraciones. Entonces, el debate que existe respecto de la reforma tributaria es parte de ese proceso y es legítimo que quienes tengan reparos los expresen y quienes impulsan esas propuestas argumenten con claridad.

Esa forma inteligente de encausar los problemas significa una oportunidad para la clase política en el desafío de hacerse más útil y valorada. Pero también implica contribuir a que esa discusión no termine en un griterío en la cancha que decepcione una vez más a los espectadores en la tribuna. La gran reforma que hay de fondo, entonces, es sobre cómo el sistema político resuelve nuestras brechas de desarrollo con mayor democracia y que todos entiendan que no es la calle la que manda sino lo votos. 

 

Diario El Sur de Concepción, jueves 24 de abril de 2014

Un Plan Marshall

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“Si la Región del Biobío hubiese crecido a la par que el resto del país durante los últimos veinte años, el tamaño de su economía hoy sería un 58% mayor al existente”. Esta es la dolorosa frase que nos dijo el economista Jorge Marshall a pocos meses después del terremoto de 2010 ante una concurrida audiencia en el Club Concepción.

Al 2014, nuestra agenda regional persiste enfocada en la reconstrucción, en sus logros y desafíos pendientes, en un debate que ha sido sordo a los problemas estructurales que presenta el desarrollo de nuestra zona, advertidos por Marshall en reiteradas ocasiones.

En su análisis,  en los últimos veinte años la brecha de crecimiento de nuestra región respecto del país muestra un sostenido aumento, equivalente a tener un terremoto 8,8 ¡cada cinco años! No nos hemos dado cuenta de la magnitud del impacto de nuestra baja capacidad para generar prosperidad y nos parecemos a esa metáfora de la rana en una olla que no se da cuenta de que se está cocinando.

La reconstrucción no era todo lo que había que hacer después del terremoto. Fuimos incapaces de levantar una seria agenda de desarrollo, pese a que hubo un ánimo colectivo en que gremios y universidades – cada uno a su manera- trabajó en propuestas de futuro, pero que no tuvieron un espacio ni en las autoridades locales, ni nacionales.

Estamos iniciando un nuevo periodo de gobierno, pero también la expresión de una nueva etapa para nuestra sociedad en que las expectativas ciudadanas son más centrales que antes para la política y la economía. En esas expectativas, la prosperidad de las regiones y en particular de la nuestra, es un temazo.

¿Cómo orientar un diálogo virtuoso en este escenario y que nos permita hacernos cargo de esas deficiencias estructurales? Primero, reconociendo que tenemos cimientos febles para nuestro sistema productivo y que determinan esa capacidad para prosperar. Entre ellos, una excesiva dependencia a una industria tradicional que tiene poca capacidad de adaptación a la influencia externa y una baja capacidad para levantar nuevos rubros. Eso determina efectos colaterales como fuga de talentos y pocas oportunidades. En segundo lugar, levantar la mirada hacia cómo queremos estar en 20 años más, con una visión compartida y a la vez desafiante. Esto implica superar esas ideas “pequeñitas”, como las que habitualmente salen de las reuniones empresariales locales o esas ideas “megalómanas” sin base real como ser potencias mundiales en rubros que apenas subsisten.

Y la principal tarea es mirar el futuro desde la responsabilidad propia y no desde lo que el Estado o los políticos deben hacer por nosotros. Hacernos cargo de nuestro desarrollo en la región es quizá el acto de ciudadanía más importante que debemos emprender ya.

Diario El Sur de Concepción, 27 de marzo de 2014.-

la Voz de los ’80

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Todos los cambios generan incertidumbre y habitualmente hacen florecer cuestionamientos o suposiciones que están más anclados en las ansiedades y expectativas que en la realidad. Por estos días estamos viendo cómo se instalará el nuevo gobierno y ese proceso no ha estado ajeno a dimes y diretes. Eso no tiene nada de malo. Es de lo más humano que hay. Todos tenemos supuestos y tratamos de leer la realidad para entenderla y tomar posturas propias o seguir las predominantes.

En ese ejercicio, existe un elemento interesante en las nuevas autoridades que se han conocido. La administración entrante ha buscado sumar a talentos de una nueva generación, los que hoy están en los cuarenta años de edad. El futuro ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, es parte de esa nueva generación, al igual que Ximena Rincón, en la Secretaría General de la Presidencia;  Natalia Riffo, en el ministerio de Deportes  y el futuro intendente de Biobío, Rodrigo Díaz. Todos ellos tienen en común, además, su formación en Concepción y estrechos lazos con la región.

Esto es muy interesante como señal para nuestra comunidad local porque estamos escasos de nuevas ideas y liderazgos para los problemas que enfrentamos. Necesitamos el aporte de esa nueva generación en la toma de decisiones, y por sobre todo, su energía por generar cambios.

Pero no sólo desde el gobierno. También las organizaciones sociales están dando espacio a nuevos liderazgos; y desde las empresas es cada vez más común encontrar a una nueva generación de ejecutivos, que en muchos casos, ha desafiado las formas tradicionales de gestionar compañías. Salvo instituciones que aún no han comprendido que la renovación es vital para su desarrollo, son muchos los ejemplos que siguen esta tendencia.

Este es un cambio transversal que debemos promover en todos los ámbitos, sin por ello, desestimar la experiencia y buenas ideas de las generaciones mayores. Existe un sano balance intergeneracional  al que debiéramos aspirar para mejorar  la forma en que abordamos los crecientes desafíos que nuestra sociedad enfrenta. Lo disfuncional es pretender que los liderazgos sean inamovibles y que sólo las personas con muchos años de experiencia pueden encabezar la toma de decisiones.

A nivel global el panorama es más decisivo. Estamos inmersos en un mundo enfrentado a encrucijadas ambientales y sociales que requieren audacia e innovación. La extrema inequidad o los efectos del cambio climático están apremiando de forma urgente y sólo tenemos una generación para revertir esas tendencias.

Es entonces, esta generación de los 40 y tantos la que, desde posiciones de poder, deberá tomar un decisivo protagonismo. En ellos se concentra una nueva capacidad fruto de las mejoras en educación, el aprendizaje de los aciertos y errores de las generaciones anteriores, la apropiación de las nuevas formas de trabajo y relacionamiento, y lo que es más determinante, aún no pierden el impulso por enfrentar desafíos complejos y rebelarse al status quo.  Del éxito de los cuarentones de hoy, adolescentes en los 80’s, dependerá el futuro que nos espera.

Diario El Sur de Concepción, 27 de febrero de 2014

Inequidad

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Un tema que suma voces de alerta desde distintos rincones del globo, y con una asombrosa progresión geométrica, es la inequidad de ingresos. Tanto así, que muchos  auguran que este 2014 será importante para la discusión y acción global para revertir la tendencia de extrema concentración de riqueza.

Recientemente, el Foro Económico Mundial advirtió que la inequidad de ingresos es “el riesgo más probable que cause un serio daño globalmente en la próxima década”. Según la ONG Oxfam,  el 70% de la población mundial vive en países en que la inequidad de ingresos ha aumentado en los últimos 30 años y que las 85 personas más ricas del planeta acumulan una fortuna superior a las 3.500 millones de personas más pobres.

En nuestro país hemos despertado al tema desde los profundos problemas asociados a esta inequidad. Segregación urbana de la población más pobre, frustración juvenil por falta de oportunidades, alto endeudamiento de familias, bajo acceso a educación y salud de buena calidad, alta población penal, alta incidencia de depresión y estrés, violencia intrafamiliar, entre otros, que nos muestran una convivencia social dura, con baja tolerancia y confianza entre pares.

Nuestro país iniciará un nuevo gobierno que durante la campaña encausó el malestar de la ciudadanía, en gran parte, derivado de estos problemas de inequidad. Los optimistas piensan que ha llegado el momento de generar cambios estructurales que reviertan la tendencia de inequidad y que el liderazgo de la presidenta Bachelet y su recién estrenado equipo de gobierno, junto a la amplia representación parlamentaria de la Nueva Mayoría,  podrán llevar con éxito esas reformas. Los pesimistas auguran un desborde de expectativas de parte de “la calle” y miran con desconfianza la capacidad del nuevo gobierno en mantener el orden.

Pero el asunto es más amplio que lo que pueda contener una agenda de gobierno. La inequidad como problema social requiere también una nueva mirada incluso desde el mundo empresarial. Christopher Meyer, emprendedor y consultor en estrategia, plantea que el desborde por los problemas del capitalismo en el mundo terminarán por cambiar profundamente la forma de hacer negocios. En este contexto, advierte que la inequidad de ingresos es un asunto de sustentabilidad también y que “la evaporación” de la clase media puede terminar también con muchas empresas.

¿Qué pueden hacer las empresas? Meyer propone nuevas ideas como incrementar  la movilidad económica de los trabajadores; extender la capacitación y desarrollar empleabilidad hacia las comunidades, entre otras que pueden sonar livianamente como filantropía pero no lo son. En el fondo, lo que viene para las empresas en el ámbito de la inequidad es similar a lo que hemos visto con los asuntos ambientales. Habrá una línea entre los que están en las soluciones y los que son parte del problema. Un interesante dilema para pensar en estas vacaciones…. 

 

Diario El Sur, 30 de enero de 2014

¿Qué está mal?

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¿Y qué podemos hacer para mejorarlo?

Esas son las preguntas que aborda el documental “I Am” ( http://www.iamthedoc.com/) realizado por Tom Shadyac, – el mismo director de Ace Ventura, Patch Adams, entre otras- quien después de un grave accidente se replanteó su misión en la vida, tomó su cámara y viajó por el mundo entrevistando a mentes brillantes que resolvieran estas interrogantes. Entre ellos, pensadores, científicos y religiosos como David Suzuki, Noam Chomsky, Howard Zinn, Desmond Tutu, Lynne McTaggart, Ray Anderson, John Francis, Coleman Barks y  Marc Ian Barasch.

En el film, Shadyac  se plantea que existe un gran problema que origina la mayoría de los problemas del mundo actual. Los entrevistados coinciden en que el sistema económico global ha seteado nuestro desarrollo en base a dos ideas fundamentales: el individualismo y la competencia. Así, nuestro sistema se ha convertido en un deporte de alto rendimiento en función del dinero, en desmedro de optimizar el bienestar colectivo. Y ya está generando una patología que nos tienen en una encrucijada aún más espinuda. Está haciendo daño al planeta, afectando el clima y nuestra convivencia, amenazando la sustentabilidad de nuestra especie y de las demás.

El documental también cuestiona nuestra creencia de que la realidad se representa como cosas mecánicas, no orgánicas, en oposición a que la realidad nos muestra que todo está vivo y en interacción permanente. De hecho el concepto de individuo se pone en entredicho en virtud de la visión holística de la vida.

Esa creencia mecanicista y lineal nos ha llevado a una idea de progreso que es disfuncional a nuestra sustentabilidad. Esa idea es que la prosperidad está en la acumulación de bienes materiales.  Así, para ser felices necesitamos acumular cosas. En conclusión, el individualismo y la competencia son el origen de todo lo malo que ocurre en el mundo.

Pero entonces, ¿qué está bien? Y esa es la parte más interesante. El documental muestra que desde la ciencia y la espiritualidad hay una coincidencia en que los seres humanos estamos hechos para la cooperación y la democracia. Es más, la naturaleza funciona en base a estas dos ideas. ¿Y Darwin? ¿No era la competencia y la selección natural lo que regía el mundo natural? Hemos malinterpretado esas ideas, dicen expertos. Las especies sobreviven por la cooperación y nuestra evolución se explica porque tenemos sentimientos de empatía y solidaridad, no porque seamos los más fuertes.

Los optimistas perciben que la verdadera naturaleza humana está tomado su espacio a través de las redes que nuestro mundo hiperconectado permite, poniendo en evidencia la disfuncionalidad del individualismo y la competencia.

La buena noticia es que la economía no es una ley natural y estamos equipados para influenciar un rediseño que sustente una prosperidad de largo plazo. Por eso “I AM” lleva ese título. Porque cada uno de nosotros es el problema, pero también la solución. Después de verlo queda claro que participar de este cambio es inevitable.

Diario El Sur de Concepción, 5 de diciembre de 2013.-