Sala de Clases

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El debate sobre la reforma educacional se ha encrispado y cuesta reconocer qué es lo que objetivamente divide posiciones. Es aún más difícil identificar una idea común entre los que la apoyan, pues pareciera que pocos entienden qué se ha propuesto el gobierno con iniciar la reforma eliminando el lucro, la selección y el copago.

Es lamentable que el debate se desacople del problema y esté generando incertidumbres que se sienten reales en parte de la ciudadanía, aunque en el fondo no parecieran tener asidero. En fin, las opiniones están más apasionadas y los calculistas de capital político ya advierten que el gobierno está pagando un alto precio por su forma de abordar una reforma que tuvo más respaldo en la campaña presidencial que lo que hoy puede concitar.

La principal crítica es que no hay una letra respecto de cómo mejorar la calidad de la educación en el país. No se advierte una reingeniería que toque la sala de clases, el proceso de aprendizaje, el curriculum, la formación de docentes, entre un largo etcétera de aspectos educativos puros. De esta crítica se deduce que el problema de la calidad en educación es lo que debiera abordar la reforma en su centro.

¿Es correcto esto? ¿Es una baja calidad de educación lo que tiene en una encrucijada al país? ¿Es el proceso de aprendizaje lo que le resta oportunidades a miles de jóvenes en nuestro país? Sí. Es una tarea urgente. Pero lo importante es otra cosa.

Nuestro sistema educacional es clasista. Y nosotros somos clasistas. Nos hemos acostumbrado a ello. No sólo los más ricos respecto de los más pobres. También entre los ricos, entre los de al medio y entre los más pobres hacemos discriminaciones que, de tan arraigadas, nos parecen invisibles. Pero ahí están. Nuestro clasismo nos persigue en cada idea de reforma porque tememos vivir en un país en que todos nos mezclemos, dejando la seguridad de convivir en rebaños homogéneos.

¿Por qué no queremos que nuestros hijos se mezclen con otros de distinta condición socioeconómica? ¿A qué le tenemos miedo? Por generaciones hemos vivido un apartheid social que ha favorecido la movilidad de segmentos muy acotados. Tenemos una asociación entre cuna y futuro demasiada estrecha que no ha dado espacio al mérito como variable de movilidad social. En nuestro país pesan más las relaciones sociales que las capacidades y eso no tiene que ver con calidad de educación, pero sí con nuestro sistema educacional. Es allí donde se genera esta rígida clasificación social, no por los contenidos o procesos de aprendizaje, sino por las relaciones sociales y el patrimonio.

De más está decir que esta reforma no será el remedio definitivo para aplacar nuestro enraizado clasismo. Pero desafía al problema en su estructura y abre una oportunidad para un cambio social en que los privilegios que se hereden –materiales o relacionales- no sean más relevantes que el mérito personal para definir un mejor futuro. De eso se trata todo este enredo.

Diario El Sur de Concepción, 6 de noviembre de 2014

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