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¿Cuál es la imagen que nos queda del 2012 en la retina? Si le tocó nacer por estos lados, sin duda que el triunfo de Huachipato debiera estar entre las imágenes más destacadas. En especial por la angustiosa final que le puso una tensión casi heroica.

En la agenda nacional, el caso Freirina podría calificar como imagen del año. El episodio de una planta industrial con serias deficiencias ambientales que generó una escalada de protestas desde la comunidad tuvo su clímax con el cierre indefinido de la fábrica de Agrosuper, con un costo para la compañía superior  a los 400 millones de dólares. Las exigencias de la autoridad ambiental para la operación de la industria hicieron inviable su funcionamiento y de paso, puso una nueva alerta en la comunidad empresarial respecto de la distancia del gobierno de Piñera con los industriales.

En esta reducción antojadiza de lo que fue el 2012 –pude haber tomado otras historias, obvio -, hay un par de elementos que me pueden servir para comentar lo que finalmente quiero decir.

En primer lugar, Freirina y el triunfo de Huachipato tienen como protagonistas a dos empresas chilenas: CAP y Agrosuper. Y muestran dos formas de concebir la actividad productiva en épocas muy distintas.

La siderúrgica Huachipato es un testimonio de la industrialización del país en la primera parte del siglo XX y que tuvo una profunda transformación social en las ciudades donde ocurrió. La extensión de la actividad productiva hacia la vida comunitaria fue una necesidad para este proceso de industrialización. Eso explica que Huachipato tenga un club deportivo de alto nivel, de larga data y que genere tanta identidad. Este club, que es una rareza en nuestro medio deportivo y casi una excentricidad para los ojos de la industria actual, muestra en plenitud la lógica de relación de una industria y su comunidad que se forjó en el siglo pasado. Que aún se mantenga es todo un mérito que desafía la lógica de eficiencia que se apoderó de los criterios productivos.

Agrosuper, con su planta en Freirina, en tanto, es una muestra de los nuevos criterios productivos que imperan en la actividad industrial y que lamentablemente habían desplazado la vinculación con la comunidad como una necesidad. Desde esta lógica, la generación de empleo es vista como un beneficio social suficiente para alcanzar una licencia social y operar con tranquilidad. En este caso ha quedado en evidencia que no sólo se les exige a las industrias una operación ambiental impecable, sino que además es estratégica una relación sostenida con sus vecinos para gestionar las nuevas controversias que están apareciendo derivadas de la nueva bandera comunitaria que se ha instalado en nuestro país: la defensa de la calidad de vida.

Estas dos imágenes del 2012 nos dejan más preguntas que respuestas respecto de cómo avanzar en el desarrollo industrial del país y si es posible compatibilizar eso con el interés de las comunidades vecinas. El 2013 pondrá a prueba nuestra inteligencia para que este dilema no termine pasándonos la cuenta.

Diario El Sur, 3 de enero de 2013

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